Dirigismo contra decoro: el ensalzamiento socialista de Pedro Marques Barber. Por José Piñeiro Maceiras
No sé si los socialistas baleáricos actuales son incompetentes o correveidiles administrativos; no es tema de mi incumbencia. Lo que sí sé –o al menos lo parece- es que son bastante fanáticos, a la par que indocumentados y soberbios, en cuestiones históricas. Y me explico: escribía hace pocos meses sobre la represión izquierdista en las islas Baleares, ofreciendo unos datos estadísticos, fruto de mis investigaciones, haciendo saber que me reservaba comentar in extenso la persecución efectuada en la isla de Menorca, por razones que no venían al caso referir entonces. Me mantengo en lo dicho, no obstante por mor de las astracanadas propiciadas por el Gobierno balear, en lo concerniente a la denominada Memoria Histórica, me veo en la obligación moral de precisar algún detalle sobre aquellas atrocidades vividas en Menorca a partir del estío de 1936. Y es que cualquier político diligente hubiera esperado hasta conocer quién fue Pedro Marqués y hasta saber cuáles eran las fechorías de que fue acusado en su momento. Eso sería actuar con prudencia y consideración; no como ha actuado el mencionado ejecutivo regional.
Pues bien, el gobierno socialista de las islas Baleares acaba de considerar a Pedro Marqués Barber como “víctima del franquismo”, lo que no deja de ser una falacia más, pues Marqués no fue objeto de ningún fusilamiento sin formación de causa, ni tampoco fruto de venganza sangrienta alguna. En absoluto, Marqués Barber, fue ejecutado tras ser sometido al Código de Justicia Militar de 1890, precisamente el que estaba vigente en el instante de romperse las hostilidades bélicas en el estío de 1936. Fue condenado por varios delitos militares en 1939, tras celebrarse el pertinente consejo de guerra, pues quien me ha informado sobre su ejecución, me refirió que había más de una condena en su expediente. Marqués no era ningún civil, sino un suboficial ascendido a teniente de infantería, sometido por tanto a las leyes militares desde antes del estallido del Movimiento. No cabe ninguna alegación al respecto, como también es notorio que procedió contra el derecho de gentes, cuya protección se establecía en el articulado del referido código castrense de justicia. Más aún, faltó al honor –criterio que se tenía muy en cuenta entre la milicia de la época, acostumbrada a los tribunales castrenses de honorabilidad- mandando al sacrificio a los jefes y oficiales –incluso compañeros suyos- que se habían sublevado con ocasión del 18 de Julio, sin ocasionar ninguna víctima entre la población. Los mandó matar, en cambio, sin someterlos siquiera a ningún simulacro de juicio o enjuiciamiento. Y así, los días dos y tres de agosto de 1936, fueron acribillados y hasta cazados como alimañas en la fortaleza menorquina de La Mola, si bien el primer asesinato se había cometido ya el 22 de julio en la persona de Agustín Espinoza, teniente de Artillería. Con todo, en el martirologio menorquín aparecen militares y marinos de todos los cuerpos armados que había en la isla: infantería, artillería, ingenieros, intendencia, armada, aviación, etc.; comenzando el holocausto por el general Bosch, comandante general de la isla, y el contralmirante Pascual del Pobil, jefe de la base naval de Mahón, fusilados ambos en La Mola, cuya denominación oficial es la de Isabel II. Pues bien, en la lista de ejecutados ignominiosamente abundan los tenientes y capitanes, pero también encontramos coroneles, alféreces, guardias civiles y hasta algún alumno de las academias militares. También fueron ejecutados algunos civiles, como un padre y dos hijos menores de edad, detenidos por las fuerzas revolucionarias en la isla de Cabrera o el presidente mahonés de la Juventud de Acción Católica; en fin, una completa escabechina que supera el centenar de homicidios.
Con todo, las mayores brutalidades atribuibles al brigada Marqués fueron dos: el homicidio del sacerdote de Ferrerías, el beato Juan Huguet, muerto a manos del referido suboficial; y el martirio de Hercilia de Solá Cuschieri, condesa de Rocamarí, y de ideología próxima a la Falange. El homicidio del sacerdote de Ferrerías, tuvo lugar el 23 de julio de 1936: fue asesinado en la casa consistorial tras ser despojado de su sotana y comprobar que le colgaba un crucifijo y un rosario. Según la prensa menorquina de 1939, el propio Marqués se abalanzó sobre él y le amenazó con matarlo si no los escupía, a lo que el pobre clérigo respondió con una oración y un viva a Cristo Rey, por lo que fue asesinado allí mismo por arma de fuego. No obstante, la prensa del momento trataría de maquillar dicha barbaridad, comentando que ese grito era una proclama subversiva… Por su parte, la segunda víctima fue arrojada aún con vida por un acantilado cerca de La Mola el 23 de agosto, tras ser tiroteada y ultrajada sexualmente, hecho que repugnó profundamente en la isla*. Semanas atrás, su marido, capitán de fragata, había sido asesinado también en la penitenciaría de La Mola. Con todo, la responsabilidad de esta última calamidad recae también en el comisario de la isla, el socialista Mercadal, quien ordenó detener a la citada aristócrata por espionaje.
Como delegado de Marqués, en las actividades represivas, los testigos señalan al sargento de Artillería, Pedro Quintanilla, quien había escondido en su casa a Largo Caballero con ocasión de la Revoluciona de 1934. De hecho, estaba en contacto con las organizaciones socialistas de Madrid para hacerse con el poder de la isla, tan pronto como fuera posible; y fue quien dirigió en persona la terrible matanza de La Mola, ordenando, tras el ametrallamiento, que los heridos fueran rematados in situ.
En cualquier caso, 98 militares fueron pasados por las armas de manera vil, empleándose para ello ametralladoras, fusiles y pistolas. Por su trascendencia, la noticia de la masacre llegó pronto a toda la isla, siendo también conocida en las filas enemigas, llegando estas informaciones luctuosas al despacho del general Mola, quien tras tener noticia de las barbaridades que por toda España practicaban los “abisinios”, decidió aplicar duras represalias contra el enemigo, en conformidad con el Reglamento de Campaña de 1882. Era, pues, la extensión de la guerra sin cuartel por todo el país, de la misma manera que había ocurrido el siglo anterior con las guerras carlistas o, incluso, con la misma guerra de la Independencia, que también fue otro conflicto civil de contornos sangrientos.
Marques, brigada al inicio de las hostilidades, fue nombrado Comandante Militar de la isla el día 20 de julio de 1936, permaneciendo en el cargo hasta que fue sustituido el ocho de septiembre del mismo año. En consecuencia, fue el principal responsable de los asesinatos, ejecuciones y latrocinios perpetrados en Menorca hasta dicha fecha. Durante su corto mandato, tanto él como su estado mayor se incautaron de varios miles de pesetas, pertenecientes a bancos, empresas y personas particulares; cuya cuantía ascendía a 310.119,15 ptas. Por tal motivo, fue procesado por delito de malversación de caudales públicos meses más tarde, siendo absuelto en marzo de 1937 por las autoridades republicanas, tras proclamar que las incautaciones las había efectuado para “atender a las necesidades que el movimiento revolucionario imponía, satisfacer los gastos de campaña, y con el fin y propósito de iniciar una política económica propia del momento que se vivía”. También, bajo su dirección, se cometieron los primeros atentados contra bienes eclesiásticos, saqueándose la catedral el 27 de julio.
Con todo, lo que hoy podría ser todavía fuente de discusiones sería su participación directísima o no en tales atrocidades. No en vano, el mencionado Mercadal le acusaría de ser el causante de tales hechos criminosos, omitiendo sus propias responsabilidades y la actuación represiva del comité insular del Frente Popular; y varios testigos le señalarán, junto a Quintanilla, como responsable directo de las matanzas. Sin embargo, no podemos omitir que Marqués había pedido instrucciones al gobierno republicano, en cuanto a la suerte de los jefes y oficiales apresados por sus seguidores. Así, el 21 de julio de 1936, remite telegrama a Madrid en los siguientes términos:
Al tomar mando militar esta Plaza por haberme sublevado en unión Cuerpo Suboficiales y tropa acatando voluntad Pueblo y Gobierno constituido, saludo V.E. y Gobierno en pleno ofreciendo la más leal, entusiasta y fiel colaboración a la obra de la República. Stop. Significándole tengo recluidos a General, Jefes y Oficiales rebeldes. Stop. Espero órdenes.
Y Madrid contestaría de la siguiente guisa:
El Ministro Guerra al Comandante Militar interino brigada Marqués. Apruebo medidas tomadas continuando igual situación y medidas considere necesarias hasta nueva orden.
Marqués abandonó la isla en fecha desconocida, pero, en cualquier caso, antes de que las tropas de Franco desembarcaran en la isla, siendo detenido en tierras valencianas, al término de la contienda. Fue trasladado a Mahón y sometido a procedimiento sumarísimo, siendo ejecutado en la mañana del seis de noviembre de 1939, en la fortaleza de La Mola, por un piquete de soldados previamente seleccionados. La ejecución tuvo lugar pasadas las seis horas, concurriendo a la ejecución algún público escogido entre las fuerzas militares que custodiaban la isla. Con anterioridad, había sido informado de la decisión del tribunal y se preparó para bien morir, confesándose y comulgando. La justicia militar le concedió sus últimos deseos, pidiendo que su esposa lo visitase; así fue. Le recomendó que se casase de nuevo, pues era joven… pero apostilló que fuera con un hombre de sus ideas. Y escribió varias cartas de despedida; la más emotiva, la enviada a sus hijos, donde les indicaba que no guardasen rencor y que abrazasen la religión católica, recomendándoles que nunca bebieran, pues les confiesa que una de las razones por las que iba a morir era motivado por la bebida. Con entereza y auxiliado por el capellán se encamina al lugar de ejecución. Hace frío y los espectadores contemplan el dramático suceso con silencio y comprensión. El capitán del pelotón se dirige al reo y le pide que lo acompañe a un lugar de la penitenciaría donde se habían consumado las ejecuciones tremendas de 1936. El lugar resulta un sitio tétrico, sucio, con restos incluso de sangre seca. Allí le pide explicaciones de cómo llegaron a tales extremos. Marqués contesta sin alterarse: Bah, era una guerra civil y si todos hubieran actuado como yo, hubiéramos ganado la guerra. Acto seguido, la comitiva se dirige adonde se halla el piquete de ejecución; el reo le ruega al capitán del pelotón si puede fumar un cigarro con dichos soldados. Accede el oficial, y fuma Marqués su último pitillo con tales infantes –la mayoría experimentados combatientes-, diciéndoles a continuación: muchachos, ahora cumplid con vuestro deber. Se le ofrece una venda para cubrir sus ojos; y la rehúsa. No era ningún pusilánime.
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