QUEVEDO LOS SUEÑOS
VISITO EL INFIERNO DE SU MANO
¿Sastres vienen? Al
infierno vamos dijo don Francisco y un poco más adelante Paso a los boticarios…
pues en el infierno estamos. Quevedo la tenía cogida con el gremio de los alfayates.
Seguramente por resabio antijudío ya que los sastres eran la mayoría de la
vieja estirpe y velis nolis avanzaban a rastras hacia la pila del agua bendita. Eran
bautizados pero sus ritos seguían practicando. Lo mismo ha de decirse de los
boticarios, de los cocheros que conocían todos los líos que se preparaban
dentro de sus carrozas. Los coches que iban y venían por el Prado eran nidos de
amor de solteras y casadas. El autor de los Sueños se mofa de los maridos
cornudos. Es tan misógino que por toda la Corte sólo encontraba putas. “Yo
conocí a una malcasado que tenía en su mujer todas las herramientas del
martirio. Ellos y ellas cargan a cuestas con un infierno portátil”. La
zurra sigue con los taberneros que aguan el vino. Con los soldados valentones,
los sacristanes, los frailes, con Judas, con Lutero, con Mahoma, con los
herejes, con los genoveses, los tahúres, los hidalgos y blasones de dudosa
alcurnia, los curas de misa y olla (los Sueños están escritos en Alcalá recién
ordenado de Menores, pero no quiso cantar misa) realiza una acerba crítica
social pero se guarda muy mucho de atacar el dogma de la Iglesia. En este
juguete donde no falta la risa y el donaire fulmina a la mayor parte de las
clases sociales y de paso hace malabarismos con el idioma a fuerza de
sinonimias, antonimias y metáforas brillantes. Quevedo escribe en un idioma
portentosamente moderno que entiende el hombre de hoy, aunque esté casi toda su
obra en los anaqueles prohibidos del olvido por los varapalos que lanza a los
sastres y por meterse con las mujeres. ¿Antisemita? Puede ser, pero es uno de
los pocos escritores que conocía el percal, hablaba el hebreo y manejaba con
soltura los libros sagrados. Tanto los de la Ley Vieja como los del Antiguo
Testamento glosando todos ellos con amor y con humor
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