LA GRAN BIBLIOTECA
QUEMADA POR LAS HORDAS MARXISTAS DEL Seminario ovetense Posted: 18 Dec 2019 10:32 PM PST Don Antonio Viñayo González o el hombre de
la biblioteca del Seminario (III)
8 de Diciembre del
2019 - Agustín Hevia Ballina Por hoy, pongo fin a mi visión enaltecedora de la figura eximia
del profesor y bibliotecario don Antonio Viñayo, ayudada por la del profesor
Fernández Cardo. En el Seminario, rezumante de cariño y afecto, quiero dejar
constancia, de que a la labor callada y perseverante de don Antonio Viñayo se
debe la Biblioteca del Seminario, iniciada por el P inefable profesor don
Rosendo Riesgo Flórez, a cuya labor dio continuidad don Antonio, mimando a
aquella incipiente y naciente criatura, como a la niña de sus ojos y a la que
se entregó, con alma vida y corazón, superando en unos cientos de volúmenes a
la Biblioteca seminarística que había perecido en el Seminario de Santo
Domingo, posesora en aquel vetusto Seminario, de unos diez mil volúmenes,
cuya enseña y bandera ostentaba un ejemplar de la Biblia Políglota
Complutense, que había sido encomendada en su confección y labor imprentaria
por Felipe II, el Rey de las Españas, en cuyos dominios “no se ponía el sol”,
al ilustre filólogo y eminente hebraista don Benito Arias Montano. Aquella rica Biblioteca, que había sido enriquecida con la
Librería Personal del Obispo ovetense, nacido en Tiñana y trasladado en sus
primeros meses a Laviana, don fray Ramón Martínez Vigil. Allí se custodiaban
hermosas fuentes para el estudio de las Humanidades, la Filosofía y la
Teología. Allí habían encontrado cálido cobijo libros que habían acompañado
desde su estancia en Filipinas, los andares del Obispo Fray Ramón, a la que
acompañaban ricos gabinetes de Historia Natural, venidos también de
Filipinas. Aquella Biblioteca había corrido el tristísimo sino de ver cómo
las llamas calcinaban los venerandos volúmenes, que, en sus anaqueles
encontraban cobijo, recuperaba, en los ámbitos más lucidos del Convento de
Santo Domingo, en las inmediaciones del Claustro dominicano, la vocación y
tradición bibliotecarias de la Iglesia Asturiana, contemplándose como en un
espejo, casi con envidia, en la Librería Capitular o en la del Benedictino
Monasterio de San Vicente o en la Jesuítica Biblioteca de la Compañía de
Jesús o loslibros valiosos de las conventos Franciscanos de Tineo, de Avilés,
de Oviedo o del Colegio villaviciosino de San Juan de Capistrano o en la
Univesitaria que, exhibía, entre otras, las joyas bibliofílicas del Mariscal
Solís, de Murias de Aller, pilares de la bibliofilia de la Iglesia asturiana. De aquella Biblioteca y su vacío, generado por las horribles y
estremecedoras llamas, que han dejado reducidos a cenizas libros que
resultaban gloriosos, que, en los nuevos recintos seminarísticos del Prado
Picón habían, cual mítico Ave Fénix renacido en la novísima Biblioteca, cuya
herencia asumía y en ella, una persona ilustre en los ámbitos astures, la
figura prócer de don Antonio Viñayo González, de quien no es posible otro
reconocimiento más que el loor y alabanza suma, por haber asumido los
sacrificios, que traía consigo la formación el nuevo recinto seminarístico
del Prado Picón, donde el Obispo Arce Ochotorena había hecho colocar, por el
año 1942, la primera piedra del renaciente de sus cenizas del Seminario de
Santo Domingo, para albergar a cientos de expectantes clérigos, que abrían
sus almas a la vocación sacerdotal. Lugar de privilegio en el nuevo Seminario lo ocupó la
Biblioteca. Un grupo de seminaristas, incipientes voluntarios, a la sombra de
don Antonio, asumieron cometidos de dar vida a la nueva Biblioteca, aplicando
los más estrictos criterios de la moderna biblioteconomía, sobre las bases de
la nueva fundación y organización de este como templo del saber y de las
ciencias. La labor de los seminaristas vino a cundir en la más cumplida
recolecta de grandiosos frutos. La inauguración de la Biblioteca en 1948 fue
el premio reconocido a una labor ímproba, a un trabajo esmerado, a unas
consecuciones de frutos, que nadie habría podido imaginarse, siquiera
posibles y, por ende, llevadas a culminación. Hemistiquios de versos isidorianos ornarían las paredes
grandiosas de la Biblioteca, donde constituyen reclamo para la filosofía de
este ámbito del saber: “Traté de reunir tantos miles de libros como las
legiones tienen de hombres enviados a las armas” y esta constatación de
impactante verosimilitud: “Miente quien diga que te ha leído toda”. “Aquí
irradian fulgor los venerandos volúmenes de amadas leyes”. El bibliotecario
Viñayo pone el énfasis de su cariño por la biblioteca en este como poema en
prosa, en que las figuras retóricas se sustentan en la personificación y en
la prosopopeya, punto de partida y, a la vez, meta de una labor de gigantes
subyacente a la acción de don Antonio Viñayo y al equipo de Bibliotecarios,
que tan la letra absorbían en sus ilusionadas mentes las orientaciones del
maestro. Agradezco a don José María, que, entre tantas perlas referidas a la
Biblioteca del Seminario, haya resaltar esta loa o alabanza de la Biblioteca,
tan querida y amada por don Antonio Viñayo. En estos términos cifra la
entrega de su alma a su Biblioteca el tantas veces mentado y eximio don
Antonio: “Y tú, Biblioteca del Seminario de Oviedo, a quien va confiada la custodia del manuscrito de estos apuntes, sigue tu marcha ascendente. Tú, como nadie, sabes guardar secretos y leer sentimientos. Amor primero de los años mozos de quien todo quiso ofrecértelo, conoces, tú sola, los sacrificios que costaste, el corazón que exigiste y las pruebas que demandaste; desde los treinta mil kilómetros de peregrinación, hasta doblegar los hombros, que tú cargabas con pesos no siempre livianos; desde la incomprensión hasta el insulto y el desprecio. Exigente te mostraste y no te lo reprocho, quien solo quisiera junto a ti vivir, y a tu puerta reposar cuando sus ojos se cierren para siempre y no puedan leer tus tesoros, cuando sus manos se vuelvan rígidas e incapaces de cuidar tus volúmenes, y, arrebujado en el manto de las losas, desde la cátedra del polvo y del olvido, ejercer el último y más eficaz magisterio, y señalar el Santo Crucifijo que te preside y gritar silenciosamente en el cuenco del corazón de todos los lectores: ¡Jesús, Maestro!, mentitur qui te totum legisse fatetur; (Miente quien proclame haberte leído entera) y, desde allí, escuchar el ángel de la trompeta, recoger los pedazos de vida y de piel que en tus anaqueles dejó, y entrar con Cristo en la Gloria a leer eternamente el libro, que nadie en la tierra fue hallado digno de abrir”. ESPAÑA MI NATURA |
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