ALONSO DE VALDÉS Y EL SACO DE ROMA II
Alfonso de Valdés parece ser que, de origen
asturiano, aunque nacido en Cuenca (pocas cosas se saben de su biografía, que
algunos confunden su vida con la de su hermano Juan) en la última década del
siglo XV y entró a servir al emperador como “motil” [1]
y esta lealtad al Cesar llenará su vida de escritor y humanista acompañándole
en todos sus viajes y campañas militares. Le tocó vivir una época de cambio
total en el mundo de las ideas religiosas y políticas. Debió de estudiar en
Alcalá y en Bolonia donde traba contacto con otro de los mentores de la idea
imperial, el italiano Pedro Mártir de
Anghiera, e inspirador de la unidad del trono, la espada y el altar.
De esta utopía sale el conquense persuadido
durante su viaje y tras asistir a las tumultuosas reuniones de la Dieta de
Worms mayo de 1521 donde se dijeron cosas muy gordas sobre los pecados
sospechados de la iglesia, se propugnó el regreso a la vida evangélica, se
menoscabó la liturgia coral a favor de la oración mental y se pusieron en
ridículo algunas supersticiones como el culto a las reliquias, la devoción a la
cruz, las peregrinaciones.
El
mundo católico se sembraba de inquietud y ello mueve a Menéndez y Pelayo a
decir, cuando evalúa la gran prosa de los dos hermanos erasmistas, que exhalan
un tufo herético.
Desde 1526 Alfonso de Valdés funge como
latinista (por sus manos pasaban, por tanto, todas las cartas u despachos
oficiales de César que habían de ser vertidos al idioma latino del alemán, del
español y sobre todo del francés o del italiano) con una annata de cien mil
maravedíes.
Prócer de la literatura memorialista, no
dando paz a su cálamo, en su extensa correspondencia expande el entusiasmo que
le causan los proyectos reformistas de Erasmo. No era un cisma lo que
propugnaba el profesor holandés sino la enmienda de algunas cosas.
Sin
embargo, abrió la puerta a la debacle. Vino Lutero, vinieron los alumbrados,
vino la ira que entró en los conventos, vino la demolición de las iglesias y
monasterios en la Inglaterra de Cromwell.
El autor del Dialogo de la doctrina
cristiana se sitúa como cabeza de motín. Se tambalea el imperio, se
tambalea la iglesia, estallan las guerras de religión en Europa y el emperador
desengañado y atónito ante el giro que cobran los acontecimientos se retira a
un convento de Extremadura.
Los electores de Sajonia, los rebeldes
flamencos, los protervos ingleses, los curas perversos fueron los responsables
de aquel estropicio, pero el papado se hizo acreedor de parte de la culpa al
empeñarse algunos de sus pontífices en destruir el sueño de la era imperial.
Por fortuna las cristiandades del Este que
aun reconociendo la autoridad de Roma como uno de los cuatro o cinco
patriarcados con autoridad de primus inter pares se mantuvieron al margen de la
hecatombe. Su alejamiento y su enclaustramiento en un mundo medieval puede ser
que salvara a la iglesia guardando la tradición, la espiritualidad ortodoxa,
los sacramentos.
Hoy el
patriarcado ruso es un poco la reserva de la fe tan castigada por el materialismo
occidental.
Juan de Valdés y su hermano quizá se
equivocaron en la forma de presentar su mensaje pero nunca en el fondo que
vuelve su mensaje más valedero y digno de ser meditado.
Tanto
el dialogo de Mercurio y Carón como el del Saco de Roma dos novelas dialogadas
y en el que participan el Arcediano de Alcor, y Mercurio y Carón, todos ellos
clérigos, reflejan la inquietud del mundo católico en aquella época de crisis
del papado al que intentó poner un parche el Concilio de Trento.
La
idea de la infalibilidad pontificia y el carácter divino del sucesor de la
cátedra de San Pedro no va a llegar hasta siglos más tardes, en la época
decimonónica, cuando desaparecen los estados pontificios.
Por la primacía y la infalibilidad trabajaron
tanto los bolandistas como los jesuitas precisamente al publicar las “Profecías
de san Malaquías” un texto apócrifo cuajado de inexactitudes y de falsos
pronósticos tipo acertijo.
En España donde existe un afán novedoso que
bendice lo extranjero y lanza denuestos contra lo autóctono el soplo erasmista
cundió por doquier, penetrando en los claustros, en las catedrales y en los
arciprestazgos. Únicamente las ordenes mendicantes franciscanos y dominicanos
se mostraron refractarios a las ideas reformistas. “Si Erasmo no te complace o
eres asno o eres fraile”.
El hervor cismático hubiera podido ser
atajado en ciernes, de haber el papado reconocido sus propias culpas, haber
reformado ciertas costumbres, permitiendo el matrimonio de los clérigos
concubinarios y metiendo en vereda a los falsos místicos de raíz conversa,
aquellos que decían que para hablar con Dios no eran preciso intermediarios e
interlocutores, lo cual suponía la negación del sacerdocio y la mayor parte de
los sacramentos.
Por desgracia, entre las virtudes de Roma no
se encuentra precisamente la humildad.
La curia reaccionó tarde y mal con la
acostumbrada parsimonia. Se encresparon los ánimos. Sobrevino la intolerancia.
El autor del “Enchridion” un hombre
del centro representó un peligro mayor para la Iglesia que el propio Lutero o
Clemente VII el papa guerrero, el papa simoniaco o el papa corrompido al que la
pecorea soldadesca del Borbón asoló su corte.
Los
tercios viejos españoles comandados por el Duque de Borbón no habían cobrado
las pagas aquel mes de mayo de 1527.
Por
fortuna entonces no había medios de comunicación que hubieran podido dar fe del
nuevo rapto de las sabinas. ¿Castigo divino por los pecados de la curia?[2]
Dios no castiga, pero en ocasiones permite trabajar al demonio.
Valdés fue denunciado al emperador por sus
ataques al papa por Castiglione autor del Cortesano que actuaba como
nuncio apostólico en la corte del Emperador. Carlos V no hizo caso. Entonces
Valdés huye de España a toda prisa.
Su
causa fue examinada por el arzobispo de Compostela.
El dialoguista era acusado de ser enemigo de
las bulas y de las indulgencias.
Quiso la suerte que posteriormente sea el
propio papa Clemente VII el que con una bula de esas que tanto repugnaban al
español de origen asturiano quien expida una carta de absolución a favor suyo y
de su familia librándole de todas las excomuniones e interdictos, censuras y
penas eclesiásticas y la suspensión a divinis lo que hace pensar que era
presbítero, autorizándole a decir misas en un altar portátil, dice el Breve
pontificio. La comunicación le llega a través del arzobispo de Sevilla y pariente
lejano Fernando de Valdés muerto en 1530. Alfonso moriría dos años más tarde en
Viena a causa de la peste siguiendo al emperador el 3 octubre.
Vivió los años de la gran utopía: Vives,
Tomás Moro, Erasmo, Mártir de Anghiera creían que los nuevos descubrimientos
darían una vuelta a la interpretación de la existencia en todos los valores,
cambiaría la religión, vendría el progreso, el idealismo platónico, la ciudad
de Dios agustiniana.
Se anunciaba una nueva era de consumación de
la promesa. Jauja. Todos seremos felices, viviremos muchos años. Una edad de
oro anunciada por el poeta Hernán L. De Yanguas:
A manadas
Las liebres acobardadas
Andarán entre los galgos
Todos seremos hidalgos
Las alcabalas dejadas.
Es el peligro de las utopías que abren las
compuertas del pantano.
Sobrevendrá la inundación. La libertad invita
al libertinaje y eso es lo que pasó en las disputas de regalías.
El papado ha gozado de la ventaja de
mantenerse lejos del pueblo.
Su representante era considerado como un
semidiós al que habría que venerar rindiéndole un culto similar al que se
dispensaba en tiempo de los cesares al imperator.
Con la
cercanía de los actuales medios de incomunicación y su inmediatez no sé si el
axioma fuere hacedero, aunque en el Vaticano intentan por todos los medios de
preservar dicha prerrogativa.
Con Bergoglio se apunta hacia un cambio de imagen,
pero la imagen que se proyecta aunque muy hábil es falsa.
La grandeza de la iglesia no está en el
papado sino en su liturgia, en su aspiración hacia la excelencia, esa capacidad
por dignificar la vida del hombre, du gran bagaje intelectual y literario y en
particular la acción del Espíritu Santo que no aparece porque circula por el
torrente sanguíneo del cuerpo místico de Cristo de manera imperceptible y
subterránea.
Es el credo
de Nicea, la eucaristía, las practicas piadosas, la caridad a la que tampoco se
la ve, pero sigue actuando. En fin, son tantas y tantas cosas que casi resulta
un milagro observar cómo una iglesia pecadora y con tantas deficiencias sigue
en pie o lo ha estado hasta ahora.
Ello no es óbice para que los católicos aun a
fuer de ser tachados de rebeldes indaguen en aquellas miasmas de las centurias
pasadas al objeto de no caer en los mismos errores y aberraciones que
desencadenaron la destrucción de la Ciudad Eterna por los tercios de Carlos V.
La iglesia de Cristo es eterna e
indestructible pero el papado, suma de tantos errores y tiranías, tal vez no.
Puede que la tercera Roma se encuentre en
Moscú. El papa actual no es libre. No puede decir lo que piensa. Se encuentra
constreñido al imperativo- quod decet, no decet- de los medios de
comunicación. Francisco tiene las manos atadas al igual que sus predecesores.
Muchos se muestran refractarios a reconocer
que el papa es un hombre, de condición pecadora y de ahí esa táctica muy sabia
en la historia de la SRI a las reticencias canónicas a incluir en la lista de
los santos a muchos de sus papas, una tradición que se ha roto con la
beatificación y la canonización planeada para octubre de Karl Wojtyla y de Juan
XXIII, una proclamación que ha sido acogida con sospecha en medios eclesiales
bien apercibidos y asendereados en derecho canónico.
Tales
premuras canonizadoras hacen pensar en el hecho consumado al cual son tan
aficionados los herejes y los judíos que nada tiene que ver con la parsimonia
católica a la hora de evaluar la santidad. No estan canonizando a dos
pontífices innovadores u modernistas. Están canonizando al Holocausto o Shoah
como teología sustituyente a la Redención.
San Buenaventura, santo Tomás, san Ireneo
considerarían tal hecho anatema y toda una prevaricación.
La situación es, por tanto, ahora mucho más
grave que en los tiempos de los hermanos Valdés.
[1]
Motil o mutil es palabra vasca, significa niño de coro, según la costumbre
cortesana de aquel tiempo. Iñigo de Loyola también fue enviado a Arévalo para
servir a la segunda esposa de Fernando el Católico, Germana de Foix
[2]
De los abusos de la curia que se propone reformar Francisco I se habla en “El
saco de Roma”: ¡Quien vio la majestad de aquella corte, tantos
cardenales, tantos obispos, tantos canónigos, tantos protonotarios, tantos
abades y arcedianos, tantos cubicularios, tantos auditores, unos de la cámara y
otros de la Rota, tantos escritores, tantos secretarios; unos de bulas y otros
de breves pontificios, tantos abogados, copistas y procuradores!
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